Por desgracia, al productor primario se le sigue pagando una cantidad similar desde hace décadas, mientras que los costes de producción no hacen más que incrementarse. En los últimos años se han conseguido numerosos avances en ámbitos como la sanidad o la gestión económicas de las explotaciones ganaderas. Sin embargo, muchas de estas siguen teniendo que hacer grandes inversiones monetarias para poder subsistir en el mercado.
Uno de los principales gastos a los que se enfrenta una explotación ganadera es la factura energética. Esto se debe a que este tipo de explotaciones tienen que mantener unas condiciones de humedad y temperatura controladas para fomentar los rendimientos y el bienestar animal, o poseer una ventilación adecuada para eliminar el dióxido de carbono, entre otros.
Debido a esto, las explotaciones agrarias dependen enormemente de las energías fósiles, ya que la mayor parte de ellas no utilizan fuentes de energías renovables. Los precios de las energías fósiles, además, cambian a un ritmo muy acelerado y tienden, normalmente, a aumentar, por lo que la rentabilidad de las explotaciones ganaderas se dificulta aún más.
En este tipo de instalaciones el sistema aislante que se emplee es muy importante, ya que dependiendo de él las necesidades de calefacción o refrigeración de los animales será una u otra. Sin embargo, el equilibrio térmico de la instalación depende de otros factores como lo son el calor suministrado por los propios animales, así como la necesidad de calentar o enfriar el aire que entra a través de los sistemas de ventilación en función de las condiciones climatológicas que haya en el exterior.
En numerosas explotaciones agrícolas el sistema de aislamiento utilizado fue con materiales como el amianto, siempre y cuando se construyesen con anterioridad al año 2002, ya que en dicho año se prohibió la producción y comercialización de este material. Además, debido a que estas explotaciones suelen tener unas grandes dimensiones, los costes eran más bajos al utilizar la uralita como material aislante.
Sin embargo, se debe tener en cuenta que el amianto posee una vida útil, la cual finaliza entre los 35 y los 40 años, según algunos estudios, aunque otros determinan el fin de la vida útil en torno a los 25 y los 30 años. Por ende, las fibras que componen las placas de amianto pueden ser inhaladas tanto por los trabajadores de la instalación, como por los propios animales, causando esto enfermedades graves a largo plazo como mesoteliomas malignos o cáncer de pulmón. Por todo ello, uno de los mayores cambios a los que se enfrentan este tipo de explotaciones es cambiar su sistema de aislamiento, ya que gracias a ello se eliminan los riesgos que provoca la presencia de amianto y se mejora la eficiencia de dicho sistema.
Asimismo, el empleo de energías renovables, como la solar a través de placas fotovoltaicas, permite una mayor eficiencia de las explotaciones y una menor dependencia de estas a las energías fósiles, cuyos precios continúan ascendiendo cada año. Actualmente, las granjas que consiguen autoabastecerse de energía son ya una realidad, incluso pueden vender el excedente energético a la red pública o a grandes corporaciones del sector.
Por ende, el aislamiento térmico de la explotación agraria y el autoabastecimiento energético son primordiales para una correcta gestión de esta. Con ello se puede potenciar la rentabilidad de nuestra explotación ante un mercado cada vez más competitivo.